martes, 14 de noviembre de 2006

Soy consciente de que soy consciente de que soy consciente...

Comentarios a una investigación práctica sobre la conciencia

por Alejandro Abufom Heresi

Cuando comencé esta investigación –hace ya muchos años- no sabía exactamente adonde me llevarían mis pregun­tas. Me dejé guiar por las urgentes inquietudes acerca de mi mismo: ¿Qué es esto de la conciencia? ¿Nací con una conciencia o tengo que crearla en el transcurso de la vida? ¿Por qué aparece como tan determinante el tema de la conciencia en la psicología y desarrollo humano? ¿Existe uno o varios tipos de conciencia? ¿De qué manera nos determina esta conciencia? ¿Podemos tener acceso a otras realidades? ¿Podemos ver con más "exactitud" la realidad?... y así, las preguntas se sucedían unas a otras.

El trabajo sobre mi mismo y el contacto con algunos individuos sobresalientes, me habían dado a entender que el estado habitual aceptado de “estar en el mundo” no era el único posible. Además, siempre había sospechado que el mapa o descripción acerca de “como son las cosas”, que mi cultura aceptaba –y generalmente me imponía- era muy estrecho y limitado. Yo mismo había tenido experiencias que no cabían en ese mapa (estados alterados de conciencia inducidos por ejercicios, drogas y plantas). Entonces, empecé a sospechar, que el problema central no era la realidad sino el mapa. La limitación se encontraba en la descripción del mundo que mi sociedad aceptaba como válida. Pero, ¿dónde se generaba este mapa descriptivo? ¿qué lo condicionaba? Y me fui dando cuenta que construíamos ese mapa en el transcurso de nuestra vida, a través de la experiencia cotidiana en esa misma realidad, fundamentalmente a través de nuestro conocimiento: a través del conocer, tomábamos contacto con la realidad. Y lo hacíamos a través de nuestros sentidos. Pero, ¿era posible que estuviésemos limitados a los cinco sentidos tradicionalmente aceptados para contactar la realidad? ¿Era factible percibir más amplia y directamente la realidad?

Pude constatar que existían intermediarios, algo así como “filtros” que condicionaban este contacto. El más decisivo era el filtro social, lo que hoy llamamos “paradigma”: una determinada visión del mundo, que daba validez a esas experiencias constitutivas del conocimiento. Mi experiencia con la realidad siempre estaba mediada por este paradigma.

Más preguntas: ¿Dónde se encontraba el núcleo de ese paradigma? ¿Esta visión del mundo era imperturbable? ¿Era posible cambiar esta visión, por una más amplia, que validara otras experiencias? ¿El paisaje psicológico y ambiental semi-catastrófico de mi planeta, era producto de la aplicación concreta de este paradigma a la economía, ciencia, educación, etc.?

Sin darme cuenta, ya estaba metido de lleno en mi investigación sobre la conciencia, porque era precisamente ella misma quien aparecía como el núcleo central de la experiencia humana. La conciencia era el distintivo más claro de mi humanidad: La capacidad de “darme cuenta de que me daba cuenta”, el hecho de “saber que sabía”. Mis investigaciones me llevaron a concluir que esta peculiar y difusa entidad atesoraba dentro de sí los paradigmas que condicionaban mi conocimiento de la realidad. Allí se construían y desde allí se proyectaban a toda mi individualidad. Mis sentimientos, pensamientos, conductas, tenían su centro en la conciencia. Si bien –como organismo vivo- funcionaba automáticamente en gran parte de mi fisiología, necesitaba de esta capacidad básica de “darme cuenta” para poder sobrevivir. La conciencia era el contexto en el cual se desenvolvía toda mi vida y de su extensión, mecanismo, amplitud, alcances y posibilidades ¡dependía mi desarrollo humano! Pero no bastaba con este descubri­miento. Me di cuenta que era necesario trabajar sobre ella; que había nacido condicionado, que mi conciencia no estaba desarrollada en todo su potencial y que de este desenvolvimiento dependían las opciones de una vida más plena y completa, tanto en lo individual y en lo colectivo.

Apareció un paradojal camino a recorrer: necesitaba ampliar mi estado de conciencia, ampliar mi contexto, para abarcar cada vez mas porciones de la realidad, reconociendo que lo hacía desde UN determinado estado. La vida me enfrentó a la humilde verdad de que estamos condicionados y navegamos en una pequeña balsa (nuestro estado de conciencia actual) dentro de un mar inabarcable y en constante movimiento. Pero, vislumbraba, intuía que “había algo más” y seguía remando en búsqueda de nuevos horizontes.

Embarcado –hace muchos años- en una investigación interminable llegué a este punto que hoy describo. Búsqueda inmensa, porque parece que mi conciencia tiene “límites que son inabarcables” desde mi estado actual. Y estoy comenzando a sospechar que cuando alguien logra llegar hasta ellos, se da cuenta que los límites nunca existieron (la paradoja vital). Los límites los pone el “estado de conciencia” en que me encuentro. Dentro de este rango de conciencia vivo, siento, pienso, me relaciono... Y el darse cuenta más básico es el percatarme que estoy dentro de un estado de conciencia. Pero, que no es el único posible, y que desde otros estados puedo percibir la realidad de otra manera, puedo sentir, pensar, conocer y relacionarme de otra forma. Me muevo entre diferentes estados de conciencia (bastantes más que los reconocidos vigilia y dormido).

Esto ha resultado muy curativo para las heridas existenciales adquiridas en mi búsqueda: descubrí que no necesitaba quedarme apegado a un determinado estado de conciencia; no era necesario darle tanta importancia a lo que suceda dentro de él, porque sé que sólo es un estado en medio de tantos. La vida individual entonces, se parece más a un continuo de estados que se suceden, un continuo de conciencia que, en las personas sanas, tienden a su amplitud, algo así como los círculos concéntricos que se despliegan al caer una piedra en el agua quieta. Se expanden fractalmente hasta hacerse cada vez más sutiles y luego...desaparecen. (También podríamos decir que se contraen sobre sí mismos).

Al comprender esto, se abrió frente a mí un arco experiencial que iba desde la contracción extrema (limitar la realidad a lo que está desde la punta de mi nariz hacia mi) a la expansión luminosa (la intuición de abarcar el todo y a todos). Y comencé a transitar, entonces, entre estos dos puntos a través de toda mi vida. Entendí que una vida sana y un desarrollo humano integral tienden a evolucionar desde la contracción a la expansión. Sin embargo, este necesariamente es un camino lineal, que conduce de A para llegar a B. Esta diferenciación, esta imagen para describir un trayecto es propia de un estado de conciencia de separatividad, (mas cercano a la contracción). Sucedió que al moverme hacia la expansión, los límites se hacían cada vez más difusos y las dicotomías se deshacían en la simple continuidad de la experiencia. Además, este arco de movimiento de la conciencia estaba muy lejos de la idea cristiana de que la vida es un camino de perfección, (que va de lo más malo a lo más bueno). Constaté, también en otras personas, que así como nos expandimos, también nos contraemos y es parte del proceso del continuo de conciencia. Me imagino esto como estar saltando en una cama elástica: para ir subiendo cada vez más, necesitamos bajar, golpear la lona e impulsarnos y asi sucesivamente hasta alcanzar la altura máxima a la que cada uno pueda llegar.

Ahora, este desapego o aceptación del continuo de conciencia no significa indiferencia. Por el contrario, no hay forma de vivir pleno si no es imbuyéndose totalmente en las experiencias. (Remar con ganas). Pero, el saber que toda experiencia está determinada dentro de un estado de conciencia, permite colocar a cada experiencia en su lugar, como parte de un continuo que es nuestra vida. Nada es definitivo. Lo que hoy comprendo, mañana puede transformarse en interrogante. Lo que hoy es válido, mañana podría no serlo. La realidad que hoy percibo está determinada a mi estado de conciencia actual.

“El río nunca es el mismo aunque lo parezca”. El agua que hoy me moja no es la misma que me mojará mañana. Así se adquiere la libertad necesaria para vivir otras experiencias, aunque sean contradictorias o dolorosas, sin ataduras, incorporando las enseñanzas de cada una de ellas en el guión moldeable de nuestra gran película vital.

Para terminar, un ejemplo de la utilidad cotidiana de la idea del continuo de conciencia, un viejo cuento:
"Un gran rey que tenía trabajando para él a muchos hombres sabios se sintió frustrado. En un país vecino, más poderoso que el suyo, se estaba preparando un ataque contra él. El rey tenía miedo: de la muerte, de la derrota, del dolor, de la vejez. Entonces llamó a sus sabios y les dijo: "Tengo que encontrar cierto anillo... uno que me haga feliz cuando sea desdichado y que al mismo tiempo, si soy feliz y lo mire, me haga sentir triste".
(Estaba pidiendo una llave, una llave con la que pudiera abrir dos puertas: la de la felicidad y la de la desdicha. ¿Qué estaba pidiendo?: ser dueño de sus estados de ánimo. Estaba diciendo que quería dominar sus estados de ánimo y no ser más víctima de ellos)

Los sabios consultaron entre sí pero no pudieron llegar a conclusión alguna. Finalmente fueron a ver a un místico Sufí y le pidieron consejo. El sufí se quitó un anillo que llevaba puesto y se los dio, diciéndoles: "Hay una condición. Dádselo al rey pero decidle que debe mirar lo que hay debajo de la piedra del anillo, únicamente cuando todo esté perdido, cuando la confusión sea total, la agonía perfecta y se sienta desamparado por completo. De lo contrario no comprenderá el mensaje".

El rey obedeció. Devino una gran guerra. Perdió su país, tuvo que escapar del reino para salvar su vida. El enemigo lo estaba siguiendo, él podía oír los caballos que se acercaban... y su caballo cayó muerto Entonces tuvo que correr a pie hasta que se encontró en una cueva sin salida. En el último momento recordó el anillo. Lo abrió, miró debajo de la piedra y allí estaba el mensaje. Decía así: "Esto también pasará".

Alejandro Abufom
Mayo 2005.

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